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CARNAVAL DE NÚMEROS

3/3/2014

LEÓN BENDESKY

La economía sigue floja y el comienzo de la recuperación del crecimiento no ha ocurrido hasta ahora, que ya empieza el mes de marzo. Los indicadores adelantados muestran apenas un alza leve, que no es suficiente para augurar una expansión del producto de 3.9 por ciento en 2014 como se ha propuesto oficialmente.

Las estimaciones del sector privado y de los organismos internacionales están todos por debajo de esa cifra y se ajustan a la baja. El banco HSBC hizo originalmente el pronóstico más alto, 4.1 por ciento, y lo ha reducido a 3.7; en el otro extremo, la casa de bolsa Vector espera una tasa de 2.3 por ciento para el año. La tasa de consenso promedio, según una encuesta publicada por Banamex, es de 3.4 por ciento.

La atención sobre la dinámica de la producción está puesta –correctamente– en el decaimiento del gasto de consumo privado. Es el rubro más grande del gasto total de la economía y expresa una desigualdad muy grande en función del patrón de la distribución del ingreso entre la población.

La reforma fiscal repercute negativamente en un segmento grande de consumidores por la carga impositiva, y ha provocado un caída en las expectativas, según la Encuesta nacional sobre la confianza del consumidor de enero. En ese mes el índice de confianza se redujo 6.2 por ciento respecto del mes anterior y quedó 15.5 por ciento por debajo del registro de enero de 2013.

A esto se suma el aumento de la inflación; el índice de precios al consumidor en enero aumentó 0.89 por ciento y en términos anualizados 4.48. Esto quiere decir que se perdieron casi 4.50 pesos de ingreso en el año en términos generales, pero más si se considera el caso de los sectores de menores ingresos. Los precios de las frutas y verduras aumentaron 10.54 por ciento de enero a enero, mientras los precios de los energéticos y aquellos autorizados por el gobierno crecieron 11.2 por ciento. No es trivial el origen de la inflación y su impacto en el consumo y, en general, en el proceso general de formación de los precios. Mayores impuestos y precios administrados no alientan el gasto de consumo ni el crecimiento de la actividad económica.

El dinamismo del gasto en inversión durante el año pasado fue reducido y estuvo por debajo de la base con la que se mide y que corresponde al año 2008. La recuperación de este gasto se asocia con el del consumo, pues las expectativas de la rentabilidad de las empresas está ligada a sus ventas. Los datos de la ANTAD (tiendas de autoservicio y departamentales) indican que las ventas al menudeo no se recuperan y el caso más llamativo es la caída en la cadena Walmart.

En cuanto a la creación de empleos hay cambios de naturaleza estructural en el mercado de trabajo, que se han ido generando durante un largo periodo. Las previsiones señalan que en el año se generarían 600 mil empleos formales. Este número es muy bajo para absorber a los nuevos entrantes y a quienes han perdido el empleo, continuando así una larga tendencia de insuficiencia de fuentes de trabajo. Esto se asocia con el aumento de la informalidad, en la que según las cifras oficiales está 60 por ciento de la población económicamente activa, es decir, más de 25 millones de personas.

La misma legislación fiscal promueve una menor creación de empleos formales al incrementar el costo de la nómina de las empresas, y los efectos de la reforma laboral aprobada al final del sexenio anterior no han modificado las condiciones de creación de fuentes de trabajo.

El modo en que se quiere promover la formalización se centra en el cobro de impuestos, y para ello se utilizaría a los bancos en donde tienen una cuenta o algún tipo de crédito. Los incentivos para que alguien decida ser formal no están bien alineados: ¿quién quiere estar fiscalizado? Pero, además, la formalidad no tiene que ver sólo con la tributación sino con las condiciones generales de trabajo (salarios, prestaciones y servicios sociales). Así pues, tampoco se alinean los incentivos para cambiar el comportamiento de quienes trabajan y quienes emplean.

Los impuestos significan una transferencia de recursos del sector privado al gobierno; la suma neta es cero, lo que cambia es la manera en que se usan esos recursos. Ahí está el quid de la política pública, es decir, la relación entre las fuentes y los usos de recursos por parte del gobierno, su efectividad para acrecentar el nivel de la actividad económica y del empleo. El presupuesto federal trata de eso en esencia. Y, además, hay que agregarle el endeudamiento público que, finalmente, repercute en las cuentas públicas y su efecto en el comportamiento de las familias y las empresas.

El carnaval de los números contiene muchas más figuras que las aquí apuntadas. Pero detrás de todos esos números que tienen una implicación económica y financiera hay relaciones eminentemente sociales, que por ahora no se articulan para generar un crecimiento suficiente, sostenible e incluyente. Pero ese ha sido el debate ya demasiado largo de por qué no crece la economía mexicana. Por ahora la expectativa fincada por el gobierno es la reforma energética. Luego de la machacona publicidad oficial sobre sus grandes virtudes se verán sus consecuencias concretas. Mientras tanto y más allá de los números, las piezas del engranaje no están embonando.



*Artículo publicado en La Jornada el 03 de Marzo de 2014.

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