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DETRÁS DE LOS DATOS

4/4/2011

LEÓN BENDESKY

Conforme a la información oficial, la economía marcha sobre ruedas. El desempeño productivo va al alza y hasta por encima de lo anticipado, la industria manufacturera de exportación se expande, la inflación se mantiene baja, las finanzas públicas están bajo control y se espera que mejoren en los años siguientes, y se mantiene en orden la política monetaria.

La caída del producto del orden de 6 por ciento en 2009 está ya prácticamente superada y es cosa del pasado. Apenas con una incipiente recuperación económica en Estados Unidos, aquí ya todo son buenas nuevas.

El efecto de rebote observado en 2010 en todos los sectores se dio sobre la base de la severa caída del año anterior. Fue un proceso rápido. Esto puede verse en los datos sobre el PIB que genera el Inegi, y en las declaraciones de Hacienda y el Banco de México. Además, la crisis se sobrellevó sin un quebranto del sistema financiero, lo que representa una diferencia con otros episodios recientes.

El impulso predominante en la actividad productiva está estrechamente ligado al sector exportador de manufacturas, en el que predominan las empresas estadunidenses y un segmento de empresas mexicanas asociadas con esas industrias.

El sector del comercio interno, que tiene también una elevada proporción del producto total (alrededor de una quinta parte), muestra un crecimiento menos robusto. En términos de la productividad de la economía, el rezago sigue siendo relevante, y la distribución espacial de las actividades económicas es desigual.

Hay mucho todavía por hacer para consolidar un proceso de expansión sólido y, sobre todo, duradero. Uno de los aspectos que sobresalen al respecto tiene que ver con los mecanismos de financiamiento de las actividades productivas.

En este terreno la atención se centra en los bancos comerciales, los diversos instrumentos de inversión que existen y, también, en la redefinición de las funciones de la banca de desarrollo.

El sector bancario, especialmente el que acaparan en 80 por ciento los bancos extranjeros, es muy rentable y los incentivos para prestar, especialmente a las pequeñas y medianas empresas, son reducidos. Esto se asocia con que no hay necesidad de incurrir en los riesgos que estos créditos representan, y a que es lucrativo usar los recursos para financiar al gobierno con la compra de Cetes.

La recomposición del sector financiero para articularlo con los procesos de generación de valor y riqueza, que vayan más allá de los sectores ampliamente concentrados y con alto grado de monopolio, está trunca.

El peso del esquema predominante de concentración del poder de mercado de las empresas más grandes es enorme y repercute en la forma en que conciben sus funciones quienes diseñan, regulan y supervisan la organización y el funcionamiento del sistema financiero. Esto abarca tanto al Poder Legislativo como al Ejecutivo, pues no hay que olvidar que en última instancia los reguladores están en el Congreso.

Hoy el sistema financiero es más diversificado y la regulación debe atender las características de los distintos segmentos del mercado que se atienden, para generar mayor acceso al crédito y a mejores precios para unos usuarios muy heterogéneos.

Los responsables de hacer las leyes y establecer las pautas de la regulación deben ampliar su conocimiento de las formas del mercado, de los instrumentos que se usan y de las formas de operación de las instituciones financieras que hoy existen en el país.

Este conocimiento no puede partir de posiciones preconcebidas o fórmulas teóricas. Tampoco se resuelve en las oficinas de los funcionarios de las secretarías de Hacienda o de Economía, y no es sólo un asunto técnico tal y como suele concebirse en la Comisión Nacional Bancaria o el Banco de México, donde se advierte hasta una cierta arrogancia en el tratamiento de estos temas. Tampoco es un tema ideológico como a veces suele presentarse en las posturas de los partidos políticos y de los legisladores.

El asunto me parece clave y tiene que ver con aspectos prácticos del modo en que operan los agentes económicos en situaciones muy disímiles y en un marco de gran desigualdad. Después de todo, la economía se conforma del enorme conjunto de decisiones que toman esos agentes, de las transacciones que se realizan de manera constante y de los compromisos y contratos que se establecen.

Precisamente ahí se sitúa uno de los temas de la agenda legislativa que está ahora sobre la mesa y que tiene que ver con la banca de desarrollo. Durante muchos años esa estructura fue en buena medida desmantelada y, paradójicamente, al mismo tiempo se siguieron reproduciendo sus vicios, financieros y políticos, los que van juntos.

Cualquier replanteamiento que sea viable sobre este sector tiene que partir de una visión estratégica del funcionamiento de la economía y de las formas de financiamiento requerido.

Para ello hay que recuperar nociones que se fueron tirando a la basura en el quehacer de la política pública desde fines de la década de 1980.

Cuestiones tales como la política industrial, el desarrollo regional, la relación entre recursos públicos y privados y, de modo más general, los instrumentos, y sobre todo los criterios para preparar y gestionar el presupuesto nacional. Retomarlos sólo será posible con adecuaciones grandes a lo que es hoy la economía de México en el entorno global.



*Artículo publicado en La Jornada el 04 de Abril de 2011

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