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UN NUEVO IMPUESTO

1/4/2016

LEÓN BENDESKY

La inflación del año pasado estuvo en el margen inferior establecido por el banco central, de 3 por ciento anual con un rango de variación de +1 y -1 puntos. Al final de noviembre la tasa de crecimiento anualizada de los precios fue de 2.21 por ciento. El objetivo se cumplió. El asunto es lo que está detrás de este registro. El tipo de cambio, por su parte, se depreció fuertemente. En 2013 la paridad promedio del dólar determinada por el Banco de México para saldar transacciones externas fue de 12.77 pesos por dólar, en 2014 de 13.30 y en 2015 sobre 15.87. El año empezó con 14.73 y acabó con 17.20 pesos por dólar.

El ritmo de crecimiento de los precios tiene que ver con las condiciones de oferta y demanda en los mercados de bienes y servicios y con el mercado de trabajo. Con menor presión de la demanda aquél tienden a bajar. Si aumenta la productividad general del sistema productivo, también tenderá a caer. El desempeño de la economía indica que el primer factor es el que lleva a una menor inflación. Las evidencias de una mayor productividad siguen siendo escasas. En buena medida han sido las repercusiones de la política fiscal, en su parte tributaria, las que han apocado el nivel de la demanda agregada, aunque han llevado más recursos al erario.

El tipo de cambio es otro factor que incide en la inflación. Ésta se importa cuando hay devaluación y se exporta cuando la moneda nacional se aprecia. La depreciación del tipo de cambio promedio ha sido significativa en el curso de este gobierno, del orden de 24 por ciento. Aun así, la presión sobre los precios ha sido mínima todavía.

La interpretación más usual es que las condiciones económicas internacionales no son favorables, incluyendo la reciente alza de las tasas de interés en Estados Unidos. No es un argumento demasiado fuerte para hurgar en la situación en que coexisten la débil expansión económica, la baja inflación y la devaluación.

La depreciación no afecta en demasía al aumento del volumen de las exportaciones puesto que muchos precios de los bienes que se comercian están fijados en dólares por las empresas que comercian, como ocurre en el sector automotriz o electrónico, que fabrican en el país. Lo mismo ocurre con parte sustancial del turismo. El petróleo, por supuesto, se denomina en dólares.

Para las empresas nacionales el tipo de cambio es clave en la medida en que es alto el contenido importado de la producción. Los efectos de la devaluación aún pueden materializarse en términos del nivel agregado de la demanda y de la generación de empleos.

Hoy, la balanza comercial no petrolera no acusa un déficit extraordinario. Debe plantearse la vinculación del proceso de formación de los precios con devaluación y las expectativas de crecimiento que existen para el año entrante. Una expansión esperada en un rango superior de 3.5 por ciento del producto (otra vez) tendrá impacto en la inflación.

De nuevo aparece el asunto de la composición de los insumos de la producción y de algún tipo de política industrial que dinamice el mercado interior. De igual manera, una política de financiamiento que vaya más allá del crédito al consumo y el sobreendeudamiento de los hogares. La situación económica externa, especialmente en Estados Unidos, no indica que ocurra una expansión de la demanda externa que jale más a la producción interna. Del resto del mundo estamos bastante desvinculados.

La presión del sector externo viene en mayor medida de la caída de los precios del petróleo. Esto se traslada en directo a las cuentas públicas. El gobierno se está endeudando de modo cada vez más rápido y sus ingresos deben crecer a un ritmo consistente con el servicio de la deuda; de otra manera se creará una carga adicional sobre la precaria expansión productiva, la insuficiente creación de empleos e ingresos de las familias y, también, sobre el tipo de cambio y la inflación.

Conforme a los datos de la SHCP (ver la nota de Víctor Cardoso en este diario del 31/12/15), la deuda pública rebasa 7.8 billones de pesos, que representan 43.3 por ciento del producto que se estima para 2015. Entre enero y noviembre la deuda pública interna creció 46 por ciento y la externa 30 por ciento respecto de 2012, cuando empezó esta administración. El asunto de la deuda no es principalmente el de su monto, sino la capacidad de pagarla. Dicho de otro modo: ¿qué tanto es tantito?

Se trata de los flujos de salida, es decir, los pagos a los acreedores con el nivel actual y los aumentos de la deuda que vengan, frente a los flujos de entrada, o sea, los ingresos del gobierno considerados en el presupuesto en un entorno en el que aumentan los requerimientos financieros. Este es el meollo y la tendencia de las finanzas del gobierno pueden no soportar las exigencias de los flujos de ida y vuelta. Y todo esto ocurre en un marco en el que el nivel del producto debe expandirse.

Una parte de la deuda, la que está denominada en pesos, puede pagarse con la depreciación del peso. Cada dólar que tiene el gobierno equivale ahora a más pesos. De esta forma, la devaluación actúa como nuevo impuesto. La relación entre la política fiscal y la política monetaria no debería comprometer las acciones del banco central, que exhibe abiertamente su carácter autónomo. Pero las necesidades políticas irán creciendo en tanto no se altere de modo positivo el funcionamiento de la economía. El año empieza con un escenario inestable que pone en la mira el diseño y la operación de las políticas públicas.



*Artículo publicado en La Jornada el 04 de Enero de 2016.

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