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ESTADO HORADADO Y SOCIEDAD

11/10/2014

LEÓN BENDESKY

Emmanuel Levinas planteó una cuestión esencial: ¿En qué sentido, entonces, lo absolutamente otro me concierne? Y este asunto está vinculado muchas veces, como suceda hoy, con otra categórica afirmación suya: La obra suprema de la libertad consiste en garantizar la libertad. Ella no puede estar garantizada sino por la constitución de un mundo que le ahorre las pruebas de la tiranía.

Hoy estamos enfrentados ineludiblemente con la huella del otro, pues en las condiciones prevalecientes ese otro, esos otros, se hacen parte de uno mismo. Hemos llegado a un extremo de tensión social con consecuencias muy inciertas. Es políticamente muy delicado, como individuos, echarse a un lado como si el asunto no fuese de la competencia de todos. Hacerlo es igualmente violento en términos humanos y este es un límite insalvable; más allá queda poco.

A la barbarie de los hechos que han surgido como una impetuosa lava de un volcán en erupción y de lo que sigue ocurriendo a diario en muchas partes del país, se añade la manera en que la situación se enfrenta desde el gobierno y las instituciones del Estado. Esas instituciones muestran su fragilidad, los que gobiernan enseñan su turbación. Lejos de atemperar las condiciones de enorme fricción, se tiende a agravarlas. Hay grandes vacíos de responsabilidad y de una estructura con la que tratar el conflicto que se ha expuesto de modo abierto.

Las expresiones de la irritación plasman de modo contundente la zozobra que prevalece, entre ellas: Fue el Estado y El Estado ha muerto. Y del otro lado se afirma que Iguala no es el Estado mexicano. Vaya desconcierto. ¿Se trata entonces de la fragmentación territorial del Estado y de sus responsabilidades? Y si es así, qué consecuencias tiene esa afirmación cuando proviene de quienes tienen que cumplir primero y hacer cumplir después la ley y garantizar el funcionamiento de la justicia para los ciudadanos y en todo el mapa del país.

Si es esto un reconocimiento de que el poder del Estado ha sido acotado de modo efectivo por la delincuencia y su infiltración en el gobierno desde la escala municipal para arriba, la cosa es ciertamente muy grave. El caso es que es una imagen y la sensación de pasmo la que se transmite y domina el entorno y lejos de allanar el camino lo hace más inseguro. Una expresión de ese pasmo es la forma en que se lleva el caso en las instancias oficiales y que culminó con una frase del procurador general que es digna del psicoanálisis: Ya me cansé. De eso se derivó de inmediato un nuevo lema de las protestas: el Estado está cansado. Pero eso no es posible pues se vuelve una expresión fehaciente de su impotencia. El Estado es, finalmente, quien lo representa y lo compone: autoridades electas y nombradas así como los ciudadanos, que también se han cansado.

Max Weber señaló que la autoridad del Estado se sustenta en el monopolio de la violencia legítima y que ésta se ejerce sobre un determinado territorio. Iguala ha sido declarada, entonces, una parte fuera del territorio nacional. Y no olvidar nunca que la condición de dicho monopolio de la violencia es que debe ser legítima. Con lo que está ocurriendo en México tiende a confundirse de manera muy peligrosa la legitimidad de la violencia con la que ocurre de modo ilegítimo. Los rompimientos de la legalidad de la violencia, que está asociada con la seguridad de los ciudadanos, acaban en tragedia.

Hay demasiadas cuestiones abiertas a raíz de Ayotzinapa y Tlatlaya. Enseñaron que bajo la punta hay un enorme iceberg y que ya no se puede esconder lo que éste representa. El Titanic no chocó contra la punta del iceberg que se había descubierto a tiempo, chocó contra la masa de hielo que había debajo, y se hundió. Sí, la atención está muy justificadamente centrada en los normalistas desaparecidos, pero lo que se ha hallado en las fosas de la zona de Iguala exige también una explicación. Y nos tememos que esa situación se reproduzca en otras partes. Son por miles como se cuentan los muertos en los años recientes.

El asunto de la inseguridad se despliega ahora con nuevas aristas. Las leyes no se aplican ante los actos de protesta que acaban en violencia. Esta puede estar justificada también, esa es una discusión abierta, pero en los hechos se diluye la capacidad de mantener la seguridad jurídica y la certeza que respalda a las leyes. Con esto se debilita aún más la acción del Estado y se expone a los ciudadanos ante otros procesos de delincuencia procedentes de cualquier fuente. Esta es una cuestión controvertida sin duda, pero no debe ser ignorada pues se ablanda más la cohesión necesaria para salir adelante del atolladero en el que estamos.

Todo esto expone la degradación de la política tal y como se ejerce en el país. El Estado está horadado, no acierta a seleccionar, jerarquizar y ensamblar los hechos y los procesos que están en curso y de ahí que se pierda la capacidad de identificar lo que es importante para gobernar. La anulación del fallo para construir el tren rápido a Querétaro y el viaje a China del presidente son síntomas del mismo desgaste. No lo es menos el conflicto del Politécnico, que desenmascara la ausencia de un proyecto educativo. La resistencia de la sociedad es imprescindible.



*Artículo publicado en La Jornada el 10 de Noviembre de 2014.

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