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ARMAZÓN DEL CRECIMEINTO

8/18/2014

LEÓN BENDESKY

En México se hacen grandes esfuerzos por argumentar acerca de una recuperación de la economía y de un mejoramiento del bienestar social. Los indicadores que se producen periódicamente no alcanzan, sin embargo, para sustentar esa postura. Los avances que se registran en esas mediciones son apenas relevantes, están lejos de ser significativos. La información es pública y, siguiendo a Cortázar, ahí está el modelo para armar. Y este modelo admite diversas versiones.

La condición que prevalece desde hace décadas es la de un estancamiento crónico del producto y del empleo. Éste se ha documentado extensamente, se trata de bajo crecimiento en promedio anual, una productividad prácticamente paralizada, escasos ingresos familiares, rezago de la situación educativa, de vivienda, de salud y nutrición, escasez de puestos de trabajo con seguridad social y prestaciones, aumento sin freno de la informalidad, migración constante, inseguridad pública.

Este entorno se ha ido consolidando de modo general. Los islotes de modernidad y competitividad pueden, en efecto, exhibirse, pero no dejan de ser eso, limitadas manchas de aceite en una gran superficie de agua. El país es cada vez más desigual.

El mercado interno no reacciona para convertirse en un motor del crecimiento. Los estímulos para que eso ocurra no existen. No los hay en materia de políticas industriales, no lo consigue la política monetaria y la gestión del tipo de cambio, no lo soporta el mercado financiero.

El ahorro crece puesto que es y sirve para financiar al gobierno. Pero no hay incentivo alguno para hacerlo de manera voluntaria con las tasas de interés que se pagan, pero que bajan el costo de la deuda pública. Ahorrar en el sistema financiero es sinónimo de pérdida. Por más baja que se tenga la inflación hay una caída constante de cuando menos 4 por ciento anual del valor de los ingresos. Para muchas familias la merma es más grande.

La inversión, que destaca por su falta de dinamismo, se concentra apenas en un puñado de grandes empresas y no alcanza a detonar mayor nivel agregado de actividad productiva y de creación de empleos.

Hoy, además, el ingreso disponible de las familias se ha reducido de manera adicional con los impuestos. No es más que natural que el consumo se contraiga con las consecuencias en cascada que esto genera. Así se contraen también las expectativas. Así lo dicen los índices de confianza del consumidor, que producen el Inegi y el Banco de México, cuya tendencia va claramente a la baja durante los últimos 19 meses. No son datos triviales.

El país no tiene más estrategia de relación económica con el exterior que aquella que existe con Estados Unidos. Ahí va la inmensa mayoría de las exportaciones, de ahí viene una parte sustancial de la inversión extranjera, la productiva y la financiera. La mayor parte de las exportaciones son de carácter intra firma, es decir, que en las matrices se decide qué y cuánto se produce aquí y a qué precios se compra. Está concentrada también en apenas unos cuantos sectores y productos.

Esta situación, que engarza a la producción, la tecnología, el tipo y la cantidad de empleo, el financiamiento, el transporte, la logística está codificada en el Tratado de Libre Comercio. Ha ido generando una estructura productiva específica que no contribuye significativamente al crecimiento económico. Esa codificación se había reforzado ya en el campo del financiamiento con la extranjerización de la banca y será profundizada ahora con la reforma energética.

México ha firmado acuerdos de libre comercio de manera extensiva por todos lados del planeta, son de naturaleza bilateral, regional, sectorial. Así, ProMéxico, organismo que promueve las relaciones comerciales externas, señala que: Gracias a que se han firmado acuerdos comerciales en tres continentes, México se posiciona como una puerta de acceso a un mercado potencial de más de mil millones de consumidores y 60 por ciento del PIB mundial. ¿Y la llave, dónde está? Esto se asemeja a las Puertas de Duchamp, que al abrir una habitación cerraban otra.

La estrategia económica interna no logra asentarse. Ese es el centro del ya eterno debate acerca de ¿por qué no crece la economía mexicana? Un debate que tiende a hacerse cada vez más repetitivo y estéril, y sobre todo más alejado de los criterios para definir e instrumentar las políticas públicas.

En materia externa los términos de la estrategia son muy limitados, sobre todo, cuando se considera que tratamos con la que aún es la economía más grande del mundo, para la que somos sólo un mecanismo accesorio de su propio crecimiento.

Pero hay más. Sobresale la escasa consideración programática de los patrones del desenvolvimiento internacional. Estos no se circunscriben únicamente a los temas económicos y financieros, que son por sí mismos de enorme relevancia y exponen las fragilidad que todavía existe en el marco de la larga crisis surgida en 2008, y que está aún lejos de superarse.

Cualquier estrategia de índole nacional, sobre todo como la que ha sido planteada por este gobierno, tiene que ver con los fenómenos políticos que están en un proceso de franco recrudecimiento de los conflictos de toda índole. La energía es, así, un aspecto clave. Uno de ellos. Basta con mirar los periódicos a diario para tener cuando menos una idea de esta situación. En este campo, las reflexiones estratégicas de lo que es México, lo que quiere ser y lo que puede realmente ser en el entorno que enfrenta son demasiado provincianas.



*Artículo publicado en La Jornada el 18 de Agosto de 2014.

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