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DOS GRADOS

12/21/2015

LEÓN BENDESKY

Los gobiernos reunidos recientemente en París establecieron compromisos para reducir las emisiones que provocan el calentamiento global. La meta fijada consiste en limitar la elevación de la temperatura a un máximo de 2 grados centígrados por encima del promedio registrado antes de la llamada era industrial, es decir, el periodo que abarca de 1850 a 1900. Se estima que en 2100 el calentamiento tendencial puede ser de un extra de entre 3.2 y 5.4 grados centígrados. Esto llevaría en las próximas décadas a un cambio catastrófico e irreversible del clima, afirman los estudios científicos.

El año 2100 puede parecer demasiado lejos para todos los que ahora estamos vivos en el planeta, pero pensar así es de gran miopía. No se trata de preservar el planeta para las generaciones venideras. Eso ya es anacrónico. Se trata de preservar la integridad de los que estamos vivos, incluyendo, claro, animales y plantas. Igual de torpe es creer que un par de grados más de temperatura promedio es cuestión irrelevante. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, no puede considerarse ese dato en función de la percepción de la temperatura corporal de los individuos.

Los 10 mayores emisores de CO2 (China con 28 porciento del total y Estados Unidos con 16) generan más de 26 gigatones de ese gas. Cada gigatón equivale a las emisiones de los automóviles en Estados Unidos durante un año. Entre las consecuencias del cambio climático con un alza de 2 grados están las inundaciones costeras, que afectarían a una población de 2 millones de personas cada año (13 millones si el alza fuera de 4 grados); en el caso de los ríos, las inundaciones afectarían a más de 100 millones de personas y 1.5 mil millones tendrían escasez de agua utilizable. La cosecha de maíz se reduciría casi 10 por ciento y 18 por ciento la de trigo; 25 por ciento de las plantas perderían la mitad de su hábitat, y 10 por ciento de los animales.

Por eso es la meta de 2 grados es demasiado laxa, y en la agenda queda la de 1.5 grados como la más deseable. Alguna novela de Julio Verne que tratara del deshielo polar partiría de las estimaciones actuales del alza del nivel del mar, que están entre uno y dos metros para el final del siglo. Se calcula que el nivel medio del mar aumentó entre 10 y 20 centímetros el siglo pasado, pero la tasa anual de crecimiento en los últimos 20 años ha sido de 3.2 milímetros, casi el doble de la velocidad promedio de los 80 años precedentes. Esto se asocia con la combustión de energía fósiles y el calentamiento atmosférico. Los océanos absorben cuatro quintas partes del calor adicional generado y se expanden. La distribución del agua en el planeta ha variado en el tiempo, y ese proceso se acelera con consecuencias graves en grandes territorios.

El acuerdo de París ha sido calificado de histórico, pues representa un avance relevante en las negociaciones internacionales sobre el clima que comenzaron hace dos decenios, sobre todo porque los gobiernos fijaron sus compromisos para el control de emisiones.

Sin embrago, no hay pautas claras para vigilar su cumplimiento y establecer sanciones. Los costos económicos para las empresas son altos y el descuento a un cierto valor presente de las inversiones requeridas es complicado, igual que determinar alguna noción práctica de los costos de oportunidad.

La voluntad política tiene que sostenerse por mucho tiempo, cuestión complicada y en constante riesgo, por ejemplo, en el caso de las próximas elecciones estadunidenses y en el marco de conflictos bélicos y de una creciente competencia por recursos como el agua. La situación política global no es necesariamente propicia para los compromisos de largo plazo; tampoco lo son los instrumentos para la supervisión específica de las acciones de políticas públicas entre tantos gobiernos. En 2050 habrá 2 mil millones de personas más, y la presión sobre el medioambiente será mayor.

Los precios son señales en el mercado y asignan recursos para la inversión y el consumo. Los subsidios también, aunque suelen distorsionar aún más esa asignación y la apropiación de los beneficios. Cuando se trata del cambio climático, se ha dicho que se contraponen la madre naturaleza y el padre avaricia. La variación relativa de los precios de la energía altera la dirección de las inversiones. Se siguen usando fuentes generadoras de CO2, pero aumentan los instrumentos para hacerlas más caras y compensar el retraso del desarrollo de otras fuentes, como el viento o el sol. Los motores a gasolina siguen siendo rentables a expensas de los eléctricos. Algunos comentaristas señalan que el acuerdo de París es uno relativo al precio del CO2.

La composición del uso de la energía será uno de los cambios sobresalientes de los próximos años. Según analistas de Energy Innovation, el precio de las fuentes solares ha caído 80 por ciento y compiten con las plantas de carbón; de modo similar baja el costo de las luces Led, y la energía eólica se abarata en más de la mitad. Hay de por medio una serie de avances tecnológicos y procesos de reconversión productiva que pueden impulsar un freno al calentamiento. Todo esto exige cambios políticos, institucionales y legales de mucha relevancia económica y social.



*Artículo publicado en La Jornada el 21 de diciembre de 2015.

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